Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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Ya os he dicho que estabais muy exagerado, señor Fouquet --dijo D'Artagnan hondamente conmovido. -
-El rey os quiere.
--No --replicó el superintendente moviendo la cabeza.
--Quien os odia es el señor Colbert.
--¿Colbert? ¿Y qué me importa a mí?
--Os arruinará.
--Lo reto a que lo haga: ya estoy arruinado.
D'Artagnan, al oír la estupenda declaración del superintendente miró alrededor con ademán expresivo.
--¿De qué sirven esas magnificencias cuando uno ha dejado de ser magnífico? --exclamó Fouquet, que
comprendió la mirada del gascón. --Pero ¿y las maravillas de Vaux? me diréis vos. Bueno, ¿y qué? ¿Con
qué, si estoy arruinado, derramaré el agua en las urnas de mis náyades, el fuego en las entrañas de mis sa-
lamandras, el aire en el pecho de mis tritones? ¡Ah! señor de D'Artagnan, para ser suficientemente rico hay
que serlo demasiado... ¿Movéis la cabeza? Si vos fueseis dueño de Vaux lo venderíais y con su producto
compraríais un feudo en provincias que encerrara bosques, vergeles y campos y os diera con qué vivir... Si
Vaux vale cuarenta millones, bien sacaríais... --Diez --interrumpió D'Artagnan.
--¡Ni uno! señor capitán. No hay en Francia quien esté bastante rico para comprar el palacio de Vaux por
dos millones y conservarlo como está; ni podría; ni sabría.
--¡Diantre! --repuso D'Artagnan; --a lo menos bien daría un millón por él.
--¿Y qué?
--Que un millón no es la miseria.
--Casi, casi, señor de D'Artagnan.
--¿Cómo?
--No me comprendéis. No quiero vender mi casa de Vaux. Os la regalo si queréis.
--Regaládsela al rey y saldréis más beneficiado.
--El rey no necesita que yo se la regale --dijo Fouquet, --si le place, me la quitará. Por eso prefiero que
se derrumbe. ¡Ah! señor de D'Artagnan, si el rey no estuviese bajo mi techo, tomaría aquella vela y me iría
a prender fuego a dos cajas de pólvora y cohetes que han quedado bajo la cúpula, y reduciría mi palacio a
cenizas.
--Bueno --repuso D'Artagnan con negligencia --siempre quedarían los jardines, que es lo mejor.
--Pero ¿qué he dicho? ¡Incendiar a Vaux! ¡destruir mi palacio cuando Vaux no es mío! En verdad, Vaux
pertenece a Le Brun, a Le Notre, a Pelisson, a La Fontaine, a Moliere, que ha hecho representar en él “Los
importunos”, en una palabra, a la posteridad. Ya veis pues, señor de D'Artagnan, que ni siquiera es mío mi
palacio.
Aplaudo la idea, y en ella os conozco, señor Fouquet --repuso el mosquetero. --Si estáis arruinado,
monseñor, tomadlo buenamente; también vos pertenecéis a la posteridad, y por lo tanto no tenéis derecho a
empequeñeceros. A los hombres como vos eso no les sucede más que una vez en la vida. Todo consiste en
adaptarse a las circunstancias. Un proverbio latino, del que no recuerdo las palabras pero sí la esencia, pues
más de una vez he meditado sobre él, dice que el fin corona la obra.
Fouquet se levantó, rodeó con su brazo derecho el cuello de D'Artagnan, y le apretó contra su pecho,
mientras con la izquierda le estrechaba la mano.
--Buen sermón --dijo el superintendente después de una pausa.
--Sermón de mosquetero, monseñor.
--Vos que tal me decís, me queréis.
--Puede que sí.
--Pero, ¿dónde estará Herblay? --repuso Fouquet.
--Eso me pregunto yo.
--No me atrevo a rogaros que le hagáis buscar.
--Ni que me lo rogarais lo hiciera, monseñor, porque sería una imprudencia. Todos se enterarían, y
Aramis, que no tiene arte ni parte en cuanto pasa, podría verse comprometido y englobado en vuestra des-
gracia.
Aguardaré a que amanezca.
--Es lo más acertado.
--¿Qué vamos a hacer una vez de día?
--No lo sé, monseñor.
--Hacedme una merced, señor de D'Artagnan.
--Con mil amores.
--Vuestra consigna es de que me custodiéis, ¿no es eso?
--Sí, monseñor.
--Pues bien, sed mi sombra; prefiero la vuestra a toda otra. D'Artagnan se inclinó.
--Pero olvidad que sois el señor de D'Artagnan, capitán de mosqueteros, y que yo soy el señor Fouquet,
superintendente de hacienda, y hablemos de mis asuntos particulares. ¿Qué es lo que ha dicho el rey?
--Nada.
--¡Así conversáis?
--¡Diantre!
--¿Qué concepto formáis de mi situación?
--Ninguno.
--Con todo, a menos de mala voluntad...
--Vuestra situación es delicada.


 

 
 

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